Te recordé
Te recordé, tu sonrisa blanca y pura se dibujaba en el reflejo azul profundo de una piscina brillante entre las penumbras de velas pacientes y amigables. Estabas conmigo, a mi lado. Tu cuerpo cálido con tus abrazos cariñosos. Te sentí aunque no estabas allí, pero el néctar de dóciles pétalos reposando en la piscina me ayudaron a pensarte. Las paredes, de musgo y barro alimentan la penumbra. La luz de velas amanece entre las sombras del revoque caído, luchado, olvidado. Hace muchos años un convento, hoy testigo del milagro de traerte hasta aquí, efecto de las miles de plegarias que sus paredes han escuchado. Te sentí, te toqué, te besé. Mis lágrimas se juntaron con las tuyas y juntas se fundieron en nuestro abrazo infinito.
Las distancias nos mueren un poco. A veces mucho. Nos separan, nos duele. Pero es el regreso quien cura las heridas. El dolor desfallece con nuestro reencuentro y las cenizas del camino se encienden en fuego furtivo y salvaje, rojo candente de leños secos de tiempo de espera. Y brisa, fresca, suave, dulce. Nuestros corazones danzan al ritmo de las llamas, las paredes despiertan, desnudan sus ladrillos centenarios. La pesadilla del olvido muere y nace mi sueño hecho realidad: verte, tocarte, sentirte, amarte.
Las distancias nos mueren un poco. A veces mucho. Nos separan, nos duele. Pero es el regreso quien cura las heridas. El dolor desfallece con nuestro reencuentro y las cenizas del camino se encienden en fuego furtivo y salvaje, rojo candente de leños secos de tiempo de espera. Y brisa, fresca, suave, dulce. Nuestros corazones danzan al ritmo de las llamas, las paredes despiertan, desnudan sus ladrillos centenarios. La pesadilla del olvido muere y nace mi sueño hecho realidad: verte, tocarte, sentirte, amarte.
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