Así Escribo

Titila el cursor, la pantalla permanece alba, inmune, silenciosa. No habla, no canta, no baila. Celosa, distante, retiene ilusiones, guarda pensamientos, esconde sentires. Quitar ese manto blanco, desnudar el contorno de cada letra, resaltar el negro tinta de las palabras, romper el silencio del papel, pensar en voz alta buscando un eco amigo, tareas propias del escritor. En eso ando, en eso existo, en eso estoy.

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Location: Villa Ballester, Buenos Aires, Argentina

Compartir, desnudar el corazón y mostrar el alma, ofrecerse, pensar o reflexionar. Ser, nadie en especial, y especial para quien de este modo lo sienta.

Tuesday, October 10, 2006

Dolor

Ayelén tiene nueve años y un cuarto para ella sola. Hará más o menos una semana que el cuarto está vacío. La cama, con las sábanas de Floricienta, ha quedado sin hacer y la persiana baja lo mantiene a oscuras. En la oscuridad descansan sus muñecos y juguetes. Algunas barbies, la oro, la cristal, el auto de Barbie y el altar en que se casó con su novio Kent. Barbie y Kent ya no bailan románticos valses por las tardes ni dan paseos en el auto. Los títeres, que hizo en las clases de plástica, duermen una siesta profunda y sueñan con que ella vuelva a despertarlos, para cantar y divertirse con la música de Caramelito.

Ayelén está un poco más flaquita. Para el almuerzo y la cena va hasta la cocina y se sienta a no comer. Algo ha probado, por caso las milanesas de ayer. Desde aquella madrugada está en lo de su Tía María. Algo raro para Ayelén. Recuerda que la veía muy pocas veces, en algunos cumpleaños y quizás en Navidad. Siempre con los labios rojos y la risa blanca. Cada vez que la veía, se debía limpiar los cachetes porque la tía se los dejaba pintarrajedos con los besotes que le daba. Pero está última semana la tía está seria y no se pinta los labios.

Aunque no esté viviendo en su casa, Aye no ha faltado a la escuela, salvo aquella mañana. Ayelén es una alumna aplicada. El primero y el segundo grado los pasó muy bien, y se sabe todas las tablas a la perfección. Difícil que llevara la tarea sin hacer o sin completar. Pero los problemas de matemática han vuelto sin solución y el dibujo del día de la primavera sin colorear. En los recreos no salta a la soga ni al elástico. Camina pensativa. A veces charla con su amiguito Facundo.
– Aye, ¿se separaron tus papás?
– No, ¿por?
– Es que ayer no viniste, y era lunes. Cuando mis papás se separaron, tampoco vine un lunes y después tenía el peinado cambiado. Porque me peinó la nueva mujer de mi papá. Ella no me peina igual que mi mamá.
– No, Facu. Ayer me vino a buscar mi Tía María, y ella no sabe peinarme como mi mamá.
– ¿Y por qué no te peina tu mamá?
– Porque se fue de viaje, un viaje muy largo.
– ¡Ah! Viaje de negocios. Mi mamá también se fue de viaje de negocios cuando mi fui a vivir unos días con mi papá.
– No, viaje de negocios no. Mi mamá se fue al cielo.


Matías está en otra cosa. Una semana sin ver a su hermanita, y el tipo como si nada. Una semana sin discutir con su padre y el tipo como si nada. No llamó al viejo ni tampoco a la casa de la tía María. El padre llamó a lo de su amigo Santiago, pero no lo encontró. Es que los dos andaban en todas. Que la escuela –cuando no se rateaban–, que un fulbito o un paddle, que a la casa de uno, que a ver unas minitas en Belgrano, que esto, que lo otro. Siempre en algo. Y es lógico, a esta edad todo es adrenalina, vértigo.

Sin embargo, algunas conductas de Matías han mutado. Antes, discutía con su madre para que dejara de fumar. “¡Tanto cigarrillo, te va a matar!”, le decía cada vez que la veía fumando –algo bastante frecuente–. “Además, es un gastadero de plata”, agregaba. Pero, aunque suene increíble y paradójico, Matías ya tiene el vicio. Para peor, Santiago también fuma, aunque le aconseja que no lo haga. “Haz lo que yo digo, y no lo que yo hago”, le aconseja a Matías en tono burlón. En lo que sí parece que se han puesto de acuerdo es con la cerveza. Sin horarios, sin límites, inclusive a la mañana temprano, antes de entrar al Colegio, si es que terminan entrando.


Sólo Roberto vuelve a la casa. Solo. Vuelve al lecho matrimonial y lo inunda de lágrimas. Todas de él, más las de Matías y Ayelén. Se pregunta mil veces, lo que no se debe preguntar: ¿por qué? No hay porqués, no existen respuestas ante semejante injusticia. ¿Qué hizo él para merecer esto? Uno siempre entiende que las cosas le ocurren a uno. Se siente un egoísta. Trata de calmarse recordando los buenos momentos, que los hubo, junto a Claudia. El recuerdo alimenta su tristeza y despierta los otros momentos: los no tan buenos. Lamentablemente, también los hubo. La tristeza se transforma en angustia. El llanto en bronca, contenida, pero bronca al fin.
– Carlos, estoy hecho mierda. Esto es de terror...
– Me imagino, pero tenés que ser fuerte.
– No, no creo que te imagines...


Matías aparece con Ayelén, con ojos rojos de furia y llanto le grita al padre: “¡Te olvidaste de ir a buscarla a Catecismo!” y se encierra en su habitación.
Roberto, atónito, le pregunta a su hija qué pasó.
– La señorita Mirta le mostró mi cuaderno. Teníamos que dibujar algo que perdimos y que queríamos recuperar. Y...
– ¿...? ¿Qué dibujaste?
– A mamá.

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