Extrañar
El nogal de los muebles y de las paredes se pierde en las penumbras de pequeñas velas encendidas que descubren, apenas, las finas telas de los sillones. Hay un músico, un violín, suave, armónico. La melodía es familiar, o tal vez no, pero la musa emana natural, como si no le fuera ningún esfuerzo en ello. Las mesas llevan ramilletes de rosas jóvenes, amarillas, que a la tenue luz de las velas se convierten en el encuentro de las miradas de algunas parejas. Otros grupos charlan tranquilamente, en lo que llamaría un ambiente agradable. En mi mesa estoy solo, diría quien me viera. Me pierdo en la dulce melodía, me balanceo suavemente como la llama de mi centro de mesa donde reposan también mis pimpollos. Busco en ellos tu mirada cómplice. No estás. Sé que hoy estamos lejos uno del otro. Una copa, un vino tinto, italiano. Bebo un poco. Mis labios se entibian. La música continua, parece ser eterna. No cesa, no se apresura, fluye, me envuelve, me avisa que no me apresure. Me llama, me indica que te busque, en los pimpollos quizás. Mi vela te ilumina, tus ojos me ven, tus labios me acarician, tu finas formas emergen de las tenues luces. Me enamoro, como cada vez que te veo, que te pienso, que te extraño. Más aún del día que nos dimos el sí. Me inundo en sueños, de jugos de vides, de melodías románticas, de luces de velas, de suavidad de rosas. El músico termina su pieza, los presentes aplauden. Una brisa flaquea la vela de mesa de roble. Un pétalo, aunque joven cae dentro de mi copa vacía. Estuvimos juntos, en alma, en amor. Sin prisa, te extraño con cariño y deseo, sabiendo que nuestros cuerpos ya se encontrarán.
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