Así Escribo

Titila el cursor, la pantalla permanece alba, inmune, silenciosa. No habla, no canta, no baila. Celosa, distante, retiene ilusiones, guarda pensamientos, esconde sentires. Quitar ese manto blanco, desnudar el contorno de cada letra, resaltar el negro tinta de las palabras, romper el silencio del papel, pensar en voz alta buscando un eco amigo, tareas propias del escritor. En eso ando, en eso existo, en eso estoy.

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Location: Villa Ballester, Buenos Aires, Argentina

Compartir, desnudar el corazón y mostrar el alma, ofrecerse, pensar o reflexionar. Ser, nadie en especial, y especial para quien de este modo lo sienta.

Tuesday, October 10, 2006

Oficina

El sol de la tarde se ha apagado detrás de los edificios de enfrente que devuelven a su ventana luces blancas de oficinas. La suya, en cambio, oscurece más rápido que la tarde. No queda nadie en la empresa, salvo el sereno. Es hora de estar en casa. Su celular, mudo, vibra en forma incesante. No se cansa, insiste y parece inquietarse. Son los mensajes que le han dejado durante el día. Una pequeña luz roja destella en su teléfono fijo. El desvío de llamadas al contestador automático ha dado efectos. Una veintena de mensajes esperan ser escuchados. Ésos y los del celular son todos por trabajo. El identificador de llamadas ha sido su cómplice.

En sus anteojos se refleja el logo de la compañía yendo de izquierda a derecha sin prisa y sin pausa, como uno de los trenes de juguete de su hijo. Su rostro, serio, pálido, quieto aparece como una foto sobre el monitor. Una lágrima está esperando la orden para partir, pero algo la contiene.


Otra oficina, mucho más lejana, es la única en uso del Parque Industrial. No tiene ventanas al exterior, solo una desde donde lo más agradable que se ve es la máquina de café. Máquina que Carlos visita demasiado cada día. Y hoy mucho más. Ha ido temprano para volver a casa no tan tarde, pero... “Siempre tenés un pero”, le recriminaría su esposa. Por eso no la llama.
La computadora de Carlos extraña el protector de pantalla. No ha parado un segundo desde la mañana, a excepción de esa media hora milagrosa que se tomó para el almuerzo. Anduvo todo el día, y quién sabe para cuánto más tenga. Y cuando vuelva a casa, en el largo camino por la autopista, seguramente se preguntará si tanto esfuerzo vale la pena.


En un séptimo piso de la localidad de San Martín, una abuela atiende a los reclamos de su nieto. Tomás hace un tiempo que dio sus primeros pasos, y la primera en verlos fue precisamente su abuela. También fue ella quien escuchó su primer palabra: “A-na” dijo una tarde al despertar y tendiendo los brazos cuando reconociera esos familiares cabellos blancos. Ana, siempre Ana. Desde que nació: los pañales, las canciones, la ropita, los mocos, los baños, los paseos, las siestas, las mamaderas... Ana, siempre Ana.

Las nueve, hora de cenar. Tomás está parado en la ventana del balcón mirando hacia la calle. Una curvilínea y gigantesca eme amarilla destella ante sus ojitos. Ana lo llama para comer, y murmura:

-Ya te llevarán el domingo, si es que no se les da por ir a trabajar.

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